El último cordero
Jueves – Autor: Jorge Fernández | Mateo 26. 17-19; Marcos 14.12-52; Lucas 22.1-71; Lucas 23. 1-56
Aquella mañana, la ciudad de Jerusalén hervía de actividad y de entusiasmo. Era el primer día de la Pascua, el de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero para la celebración anual más importante del pueblo de Israel, con la que los judíos recordaban cómo Yahveh les había librado de la esclavitud en Egipto y la opresión del Faraón.
Al finalizar la fiesta, lamentablemente, todo seguiría igual que siempre. La noche espiritual que reinaba sobre ellos y les impedía ser conscientes de su propia condición, seguiría cubriendo los corazones heridos por el pecado, y sus anhelos de libertad chocarían con la dura realidad de la opresión romana y las esclavitudes del día a día.
Solo que aquella Pascua iba a ser diferente, única… última. Los balidos de los corderos serían acallados por el último suspiro del Cordero de Dios “que quita los pecados del mundo” sobre la Cruz del Calvario. “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”, gritó, despojando en ese misterioso acto a la muerte de su poder infernal. El grano había muerto, para que emergiera la vida… Vida que, desde entonces, palpita en el corazón de todo aquel que cree en Él.
Eran ellos mismos, somos nosotros. Fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios; él dejó su huella en nosotros, de ahí que Jesús nos siga diciendo: dad a Dios lo que es de Dios. Date a ti mismo a Dios, dale tu vida misma, vive para él.
Oración: Gracias, Señor, por ese amor sacrificial que hoy me permite disfrutar de verdadera libertad y vida eterna. A ti sea la Gloria por siempre.
Por su sacrificio en la cruz disfrutamos vida eterna. ¡En la cruz hay vida!