Por Sonia Aguilera | Devocional
La vida es un ir y venir de situaciones que a veces nos confunden o cambian los planes que teníamos en nuestra mente. Nuestros sueños de la infancia, o de la juventud, se van quedando atrás y uno tiene que adaptarse a los cambios y buscar nuevos enfoques u objetivos. Jesucristo tenía muy claro a lo que venía a este mundo.
Nadie esperaría que su vida fuera tan corta… pero tan intensa. Eso sí, él supo buscar momentos para todo lo verdaderamente importante. Se dejó enseñar y educar por sus padres terrenales. Unos años en los que él crecía en su formación para vivir en este mundo, tanto físicamente como emocional y espiritualmente. «y Jesús crecía, y con la edad aumentaban su sabiduría y el favor de que gozaba ante Dios y la gente». Lucas 2.52 BLP
Tuvo también su tiempo para prepararse. Adquirió una profesión, de carpintero como su padre (Mr. 6.3) y trabajó gracias a ella. Se formó en las Escrituras y trabajó sus relaciones sociales.Cuando comienza su ministerio, dos cosas son prioritarias para él: vivir para las personas y tener intimidad con el Padre. El resto de cosas de este mundo pasaron a un segundo plano.
Así Jesús, cada día, se alimentaba de su relación con el Padre, restaurando heridas, aprendiendo a hacer las cosas de otra forma, parándose a pensar sobre las cosas que ocurrían en el día y cómo influían en él y en otros, y obteniendo nuevas fuerzas para seguir adelante con un ministerio difícil de entender para los demás., pero también, se dejaba interrumpir por cualquier persona que se acercase a él, unas veces buscando ayuda, otras buscando respuestas.
El tiempo para él solo era útil si había podido llegar al corazón de alguien, si había podido acercarle un poquito más al Dios todopoderoso.
Quizá estemos dando prioridad a cosas que nos absorben y nos apartan de lo único que dejaría huella en este mundo y que sería una inversión para la otra vida. Echemos un vistazo a lo que Jesús era cuando vivía en la tierra, qué cosas le importaban realmente y cómo sentía el dolor y la necesidad de otras personas.
Necesitamos parar estas vacaciones e imaginarnos caminando junto a Jesús e imitando cada uno de sus actos para luego poder trasladar esas reflexiones a nuestro día a día. Acercarnos a nuestros hijos para conocerlos y poder influir positivamente en sus vidas; ayudando a un enfermo que está cerca; escuchando a esa persona que se siente sola a pesar de vivir en un mundo vasto y rodeado de gente; haciendo compañía a un abuelo que no recibe visitas de su familia, y, por supuesto, paseando por la orilla del mar junto a Jesús conversando sobre cosas de la vida y dejando huella en la arena.
¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía. Apocalipsis 3.20 BLP